Ya todos conocemos la típica de los clásicos: traficaso todo el día, tombos patrullando las calles, malandrines tirando piedras y policías con escudos como si fueran gladiadores. Llegas al estadio y todo es un caos. Gente gritando por doquier, humo, banderas, golpes. Todo es un laberinto.
Pero algo que sí me parece rescatable de esta aventura es que el estadio es uno de los pocos lugares donde no hay diferencia entre clases sociales (la única diferencia son los equipos). No importa si eres el viejo más rico o el joven más pobre, en el estadio todos somos familia si pertenecemos al mismo equipo.
Es como entrar a un mundo paralelo donde nos encontramos unidos por los nervios, el sudor y la pasión. Aquí todos somos iguales y nuestros únicos enemigos son los hinchas del equipo oponente.
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